19-04-2024
"El Estado como bombero del Mercado"
Por Carlos A. Sortino (*) @CarlosASortino

Estamos acostumbrados a que se hable de crisis, como si fuera algo natural, como si fuera un fenómeno climático que se puede pronosticar pero que no se puede frenar, lo que nos lleva a pensar solamente en cómo aliviar sus consecuencias y adjudicar al Estado la pericia o impericia en este último punto.

El concepto de crisis, en términos político-ideológicos, diluye responsabilidades. El concepto de política económica, en esos mismos términos, atribuye responsabilidades. Es por ello que la industria cultural del Mercado (con el periodismo como su máximo exponente), construye y alimenta el famoso "sentido común", proyectando incansablemente el concepto de crisis y silenciando el concepto de política económica, salvo que esta sea contraria a sus intereses.

En el sistema capitalista es el Merado, con su lógica, quien se ocupa de casi todo y la función del Estado es cubrir sus agujeros. El Mercado no es otra cosa más que un pequeño conjunto de grandes empresas que sólo tiene dos finalidades: optimizar el lucro y sostener en el poder político del Estado (o llevar hacia él) a quienes no enturbien esa lógica.

Las crisis recurrentes son el producto de este maridaje. Ninguna gran empresa pierde nada con ellas. Muy por el contrario, saben que sus derroteros así culminan, pero siguen su rumbo porque ganan mucho dinero antes, durante y después de estas crisis, cuyos efectos sociales deben ser resueltos por el Estado y no por ellos. Los incendios los produce el Mercado piromaníaco y los sofoca el Estado bombero.

Porque el "concierto capitalista" no es sólo dominación económica. Su complejo institucional, llamado República o Monarquía Parlamentaria, fue ideado y materializado como constitución y soporte de: a) un orden jurídico que legaliza el control oligopólico de la economía; b) una organización política que subordina las necesidades y expectativas del pueblo a los intereses de ese oligopolio; y c) un sentido común estructurado para naturalizar aquel control y esta subordinación.

Y sigue siendo hegemónico. Pero, claro: cada cosa en su lugar. Ese "concierto capitalista" (el maridaje Estado/Mercado) funciona aceitadamente en los países "centrales" (aunque no sin conflictos internos, por supuesto), pero no tanto en los países "periféricos", a los que deben dedicar buena parte de su tiempo y de sus recursos para que se mantengan en orden y no alteren aquella lógica.

Este relato podría llevarnos a una conclusión parcialmente falaz: somos víctimas del imperialismo. Sin embargo, si bien la tríada histórica del imperialismo se cumple acabadamente (esto es: sometimiento político, sustracción de recursos económicos de los países periféricos y primacía judicial, ayer opresión militar), ello no podría ocurrir sin el consentimiento de la dirigencia política y económica vernácula. Estamos frente a políticas imperiales de países hegemónicos, materializadas localmente en forma sumisa por las dirigencias de los países dependientes, que, a su vez, deben reforzar su industria cultural para lograr el consentimiento de buena parte del pueblo (ver "Libre comercio, política esclava: Estados alterados").

A mediados del siglo 19, socialistas y liberales sostenían que la democracia era incompatible con la economía capitalista. Karl Marx y John Stuart Mill, por ejemplo, coincidieron en ello, aunque propusieron soluciones antagónicas. El asunto fue resuelto en la línea del segundo. Los liberales (brazo político-ideológico de la burguesía), consolidaron, durante la segunda mitad del mismo siglo, a los Estados-Nación y a la representación política (vía República o vía Monarquía), bautizando a esta última como "democracia representativa", con lo que se hicieron cargo de aquella incompatibilidad, pero enmascarándola.

Surge, desde entonces, la realidad de que no hay democracia, sino representación (ver "Una lectura de la historia"). Es cierto que esta representación puede albergar contenidos democráticos, que hasta pueden ser dominantes, pero eso depende de la organización política que el pueblo lleve al gobierno del Estado. Lo que implica también que puede albergar contenidos oligárquicos y autoritarios, que hasta pueden ser, del mismo modo, dominantes, si el pueblo así lo dispone (Ver "El poder oligárquico").

(*) Carlos Sortino exclusivo para Cadena BA. 17/6/2019

Periodista, ex docente de la UNLP. Referente de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA): https://www.facebook.com/COMPALaPlata/