23-04-2024
"Una elección de calidad"
Por Emilio Rodríguez Ascurra (*) @emiliorascurra

Asistimos a una sociedad despolitizada desde el punto de vista de los grandes relatos que antaño dividían, al tiempo que daban identidad, a los grupos sociales existentes con miradas político-económico-sociales propias. Hoy subsisten a modo de recuerdo en el anhelo referencial de algunos autores o en la "lógica senil" de algunos exegetas de lo social. Los hay de derechas y de izquierdas, solo para graficarlos a groso modo.

Nadie duda de la vigencia del sistema democrático, de los valores intrínsecos a éste como la igualdad y la libertad, ambos enmarcados en el apogeo del sujeto personalizado, ya no envuelto en relatos, disuelto en instituciones, ni definido por estereotipos socio-culturales, sino plural y diverso, sincrético en sus formas y dinámico en sus modos.

La personalización del sujeto revaloriza los principios democráticos, lejos de lo que podría pensarse en relación al sujeto narcisista encerrado en sí mismo, hedonista, pues solo este sistema pueda garantizarle la lucha y el cumplimiento de sus derechos: los pilares de la sociedad liberal. "El homo psicologicus no es indiferente a la democracia, sigue siendo en sus aspiraciones profundas un homo democraticus, es su mejor garante", sostiene Gilles Lipovetsky.

Esta legitimación de la sociedad democrática no está unida necesariamente a un compromiso ideológico, pues una simple mirada a la sociedad nos retorna la imagen de un conjunto de deseos, anhelos y aspiraciones que buscan su propia legitimación y, por ende, tornan a la sociedad mucho mas pragmática sin abandonar por ello la búsqueda del bien y de la justicia como valores comunes a todos.

Nuestro país no permanece exento a estas tensiones, pues mientras en el mundo aparecen modelos de un nuevo orden conservador, para los que la vía democrática ha sido el puente que les permitió llegar al poder, nos sumergimos en la discusión respecto del tipo de sociedad en la que deseamos vivir. Ya no luchamos por la consolidación de la democracia sino por la fortaleza de sus instituciones que permitan el cumplimiento de los derechos ya adquiridos y el debate propio de esa sociedad de las reivindicaciones, como la llama Lipovetsky, al sostener que vivimos en una permanente búsqueda de legitimación de los derechos individuales.

El homo democraticus se debate entre una real democracia y una democracia ficcionada, donde la primera asume los problemas estructurales de la sociedad sabiendo que es el primer paso para solucionarlos, aun cuando este camino sea arduo y no menos doloroso, y la segunda prefiere el ocultamiento de aquellos sobre lo que incomoda hablar, "estigmatiza", ni mucho menos solucionar, en tanto les son funcionales a su forma de ejercer el poder y de permanecer en él, haciendo de la democracia un medio para su propio beneficio aun en desmedro de aquellos a quienes dice contemplar y beneficiar.

La vida política se torna espectáculo cuando se monta sobre la realidad de la misma una escenografía con actores para quienes no hay posibilidad de pregunta ni repregunta, pues estos encarnan la mejor versión de ellos mismo en un momento determinado, aun cuando en el primer acto hayan sido amigos, en el segundo acto acérrimos enemigos y en el tercero "cercanos" por necesidad de todos. Lo que para el espectador, ni que decir para el aplaudidor encarnecido, es una muestra de la realidad, para cualquiera que se atreva a mirar detrás de cada personaje no es sino un montaje en escena que reduce la política a mera ficción.

El debate al que estamos todos llamados es al de la calidad institucional, al del fortalecimiento de la democracia como segunda naturaleza, como ambiente, dirá Lipovetsky. Sin instituciones fuertes no hay posibilidad de debates profundos, sin una democracia fortalecida no es posible la búsqueda de consensos para la transformación social que garantice la igualdad y la libertad de todos.

Nada se cambia de un día para otro, menos cuando subsisten formas anquilosadas en el tiempo y en formas obscenas de poder; pero cuando una sociedad madura es capaz de dar un salto de calidad aunque eso implique esfuerzos y sacrificios, pero entendiéndolos como virtudes que luego se traducirán en logros personales. No es posible el desarrollo individual, de los propios sueños y anhelos sin creatividad, pero mucho menos lo es cuando la búsqueda de los mismos se da en formas ya probadas por años, pues a iguales decisiones iguales resultados.

(*) Emilio Rodríguez Ascurra exclusivo para Cadena BA. 8 de agosto de 2019.

Filósofo. Docente Universitario.