Pasado y presente de la política argentina por María Pía López (*)
09-05-2025
Pasado y presente de la política argentina por María Pía López (*)

El kirchnerismo se constituyó como heredero de momentos dramáticos de la historia política nacional: se pensó en el linaje de los años 70 como agente del enjuiciamiento necesario de los crímenes del terrorismo de Estado -fundando allí una nueva legitimidad para instituciones de gobierno en crisis- y leyó con agudeza las consecuencias de 2001.

Tanto que esta campaña electoral, realizada al filo del décimo aniversario de aquel diciembre, se construyó sobre la idea de la presentación directa de una vida popular que si confía en los hechos de gobierno, no supera la sospecha hacia las representaciones políticas tradicionales. Tanto los spots publicitarios como el acto de cierre de campaña se centraron en la relación entre la Presidenta y candidata con una ciudadanía que adquiere derechos, satisface necesidades, expresa su voluntad. La ausencia de otras representaciones es parte del modo en que el Gobierno heredó 2001: el saber sobre la desconfianza y la escucha del rumor social, del reclamo y de la crítica.

Fue el gobierno de las crisis. Y ante cada una de ellas no definió un retroceso, sino una reapertura de su horizonte. Ese modo de encontrar en el fracaso el ímpetu para producir una nueva estación de la política, modo que se entronca con el sentido de la oportunidad y el énfasis en la decisión (esto es, atributos propiamente políticos), es el que ha constituido su signo. Y el que le dio a su trayectoria las bifurcaciones más interesantes. Bifurcaciones, digo, como la ley de servicios de comunicación audiovisuales o el establecimiento de la Asignación Universal por Hijo. El muy contundente triunfo electoral de la Presidenta no es ajeno a estas decisiones, resueltas luego del tránsito por derrotas aciagas: la de la 125 y la de las elecciones legislativas de 2009. En continuidad con la política de derechos humanos, la ley de medios fue instancia de provisión de legitimidad para el Gobierno y reforzó la disputa simbólica, precisamente como intervención en el campo de la comunicación y el discurso.

La asignación por hijo fue la medida más notoria en términos de políticas de reparación social. Porque si hasta allí el ex presidente Kirchner insistía en la salida del infierno de la exclusión, los caminos imaginados provenían del recetario desarrollista: ampliación del mercado interno e inclusión laboral. No carecieron de efectos esas políticas que expandieron trabajo y paritarias. Sin embargo, es claro que la urgencia de las necesidades exigía derechos nuevos y de otro cuño.

Largamente solicitada por organizaciones de la sociedad civil, la asignación universal es de ese tipo de derechos. Del mismo modo, la reacción ante la crisis económica mundial no fue el ajuste, sino la estatización de fondos jubilatorios.

Porque estas medidas no pertenecían a un programa preestablecido, muchos señalaron en ellas un ejercicio de impostura, sin percibir que la política no debe juzgarse según la pregunta por la intencionalidad sino con la vara de medida de los efectos. El triunfo del kirchnerismo no debería sorprender y, sin embargo, muchos se sorprenden. Quizá porque una reacción ante esos hechos de gobierno fue, por parte de algunos medios de comunicación y algunos políticos de la oposición, el intento de negarle existencia, legitimidad y realidad. O inventar un espantajo autoritario y fraudulento para colocarlo en su lugar. Tales operaciones resultan para muchos ciudadanos absurdas y son comprendidas como artilugios de ficción.

Si algo tiene de problemático ese mecanismo denegatorio, por el cual se enjuicia la legitimidad de un sector político o se tiende a privarlo de realidad, es que condena a quienes lo usan a moverse en un mundo imaginario. Así ocurrió con gran parte de la oposición que no pudo articular una crítica o un conjunto de propuestas aceptables para el electorado. Eso no significa suponer que sólo el kirchnerismo tiene realidad, más bien que los años próximos requerirían un conjunto de actores realistas, capaces de discutir, cuestionar y construir. Porque la Presidenta ha puesto la elección alrededor de una idea fuerza: la de profundización de la igualdad. Y esa apuesta por la igualdad no puede prescindir de controversias, conflictos, tensiones y conversaciones.

(*) La autora es socióloga e integra el grupo de intelectuales Carta Abierta
La Nación